Juicio Político

Hablemos de los corridos

Desde la revolución hasta nuestros días, los corridos han sido una herramienta para narrar e interpretar la realidad.

El reciente caso del cantante Luis R. Conriquez, quien se negó a interpretar narcocorridos en la Feria del Caballo en Texcoco y fue respondido con violencia por parte del público con destrozos, agresiones a los músicos y una protesta desbordada; reabre un debate necesario: ¿Se deberían de prohibir los corridos tumbados y los narcocorridos?

La respuesta fácil sería sí. La respuesta correcta es no.

Los corridos tumbados y los narcocorridos no son la causa del problema; son el síntoma. Como bien señala el brillante video-reportaje “Peso Pluma: La era de los Corridos Tumbados” de Mr. X en su canal VSX: este subgénero musical ha dejado de ser solo entretenimiento para convertirse en una caja propagandística para los grupos criminales.

Pero sin duda, también es una forma de expresión de las juventudes marginadas que encuentran en estos ritmos una forma de validar su existencia en un país que los ha dejado atrás.

La música, como cualquier manifestación de cultura, refleja una verdad. Quiérase ocultar o no. Y en este caso, los corridos tumbados retratan una nación donde la desesperanza ha ganado terreno, donde la narrativa del poder y del éxito está plagada de armas, excesos y violencia.

Sin embargo, también muestran algo que pocos quieren aceptar: el crimen organizado ya no solo opera en las sombras, sino que moldea la cultura popular.

La romantización de esta violencia no es nueva. Como bien lo analiza José de Jesús Chávez Martínez, en su artículo “La romantización del narcocorrido en México”: el narcocorrido —y por extensión los corridos tumbados— construyen un discurso aspiracional que responde a la exclusión estructural. Es un romanticismo construido sobre la imposibilidad de otros caminos para los sectores más vulnerables.

No se trata solo de música: es un grito desesperado por reconocimiento en un país donde la justicia y la oportunidad son privilegios.

Prohibir esta música sería como apagar una alarma para no escuchar que hay fuego. Los corridos tumbados seguirán existiendo mientras existan las condiciones que los hacen posibles: pobreza, impunidad, falta de oportunidades y un estado ausente.

Criminalizar su consumo, además, trasladaría la responsabilidad del problema a quienes menos poder tienen.

Mr. X en su reportaje menciona que hoy, las plataformas digitales y las redes sociales han facilitado que este género llegue más lejos que nunca.

Nombres como Natanael Cano o Peso Pluma lideran el movimiento, con todo el respaldo de las disqueras, de los medios de comunicación y de una gran parte de la economía ilegal. Pero también, es el surgimiento de nuevos artistas en Tik Tok, Instagram, Youtube, que alimentan este fenómeno y lo adaptan a sus propias realidades.

Porque, a pesar del paradigma, los corridos ya no son solo del rancho: son de la ciudad, del barrio, del estudiante, del trabajador, del joven que no ve salida.

Esta realidad cultural choca frontalmente con la narrativa del oficialismo. Mientras desde el gobierno federal se minimizan las desapariciones, se manipulan las cifras y se niega el poder los grupos criminales, en las bocinas suenan himnos que cantan todo lo contrario.

Como lo denuncia el reportaje de Intersecta, en su artículo “La (No) narrativa cultural sobre las violencias en México”: los corridos han evolucionado de cantar el ascenso social del contrabandista a ser un retrato épico de los sicarios. Esta música ya no solo honra al líder criminal, sino que intenta dar sentido al sacrificio de los soldados del crimen, que ni tumba tienen.

En medio de esta gran falla sistemática gubernamental, los corridos tumbados se convierten en un archivo emocional del país. Son canciones que lloran, que envidian, que sueñan y que se rebelan.

Pero también son canciones que normalizan el horror. Y ahí esta el dilema: ¿Cómo conciliar la libertad cultural con la necesidad de no romantizar la violencia en nuestro país?

Mr. X bien nos dice que la respuesta está en construir alternativas, no en censurar. Más educación, más acceso a la cultura, más justicia, más equidad.

El día en que ser sicario deje de ser una salida aspiracional, ese día los corridos tumbados perderán fuerza. Pero para eso, el gobierno debe de dejar de ignorar la raíz del problema.

Como dice la canción: …escuchar corridos, compa, no me hace un mal mexicano”. Lo que nos hace daño no es la música, es la realidad que la inspira. Y mientras esa realidad siga vigente, los corridos tumbados no solo seguirán sonando…seguirán gritando.

Porque en el fondo, los corridos no solo nos hablan de quienes somos, sino de todo lo que hemos dejado de ser. Y esa es, quizá, la más dolorosa de sus verdades.

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