Chihuahua: un municipio con urgencia de terapia de género

Si el Ayuntamiento de Chihuahua fuera una serie de televisión, seguramente se titularía: “Violentadores al poder”. Dos episodios recientes confirman que la violencia política de género no es una excepción, sino casi una norma en el municipio. Primero fue el alcalde Marco Bonilla, quien no tuvo reparo en dirigirse a la diputada Brenda Ríos con descalificaciones que bien podrían estar en un manual de misoginia institucional. Ahora, el regidor Miguel Riggs decide seguir el mismo guion, esta vez con la síndica Olivia Franco como blanco de sus comentarios machistas y denigrantes.
¿Qué pasa en el municipio? ¿Es acaso parte del reglamento interno que los funcionarios puedan usar sus cargos para menospreciar y atacar a las mujeres que no les son afines? Porque si no lo es, parece que alguien les pasó una copia extraoficial.
En el caso de Bonilla, no fueron solo comentarios fuera de lugar. Fueron ataques cargados de condescendencia y desprecio hacia Brenda Ríos, cuestionando no solo su labor como legisladora, sino también minimizando su trayectoria política. Usar su segundo nombre como apodo peyorativo y calificarla como una “regalada” del sistema político es algo que debería haber encendido las alarmas. Pero no, el show continuó.
Ahora, el regidor Miguel Riggs, sin darse cuenta de que el micrófono estaba abierto, demuestra que la falta de respeto hacia las mujeres no discrimina jerarquías. Insultos despectivos dirigidos a Olivia Franco dejaron al descubierto una actitud que debería ser motivo de vergüenza. Pero aquí estamos, en un municipio donde la misoginia no se esconde, se normaliza.
El problema no es solo de actitud, sino de formación. ¿Qué tan difícil es para una administración implementar cursos obligatorios sobre violencia política de género? No es solo un tema de buen comportamiento; es un tema de legalidad y de respeto a los derechos fundamentales de las mujeres. Y si no lo hacen por convicción, al menos deberían hacerlo para evitar que sus constantes deslices sigan dejando huella en la imagen del Ayuntamiento.
Chihuahua no necesita más violentadores; necesita funcionarios públicos que entiendan que gobernar no es atacar, que debatir no es insultar y que la política no es un espacio para perpetuar estereotipos de género. Si los hombres que ocupan cargos públicos no son capaces de reconocerlo, quizás sea momento de cuestionar si deberían seguir ahí.
Es hora de un cambio radical, y no solo en discursos y posturas para la foto. Es momento de que las instituciones pongan un alto a la violencia de género desde dentro. Porque, como van las cosas, en lugar de servir como ejemplo de respeto e inclusión, el Ayuntamiento de Chihuahua se está convirtiendo en un triste recordatorio de lo mucho que nos falta por avanzar.